viernes, 16 de julio de 2010

Capítulo nueve, el chat.

Diego Carreño.
Giraba la servilleta una y otra vez, admirando la redonda y bonita letra de Victoria. Los puntos de las "i" eran pequeños y perfectos corazones. Sacudí la cabeza.
-Diego, es una cría-me decía a mí mismo-. Una cría que me está volviendo loco.
Suspiré, y decidí coger el ordenador y hablar con ella por el chat. Encendí el ordenador y, mientras se cargaba, volví a contemplar su preciosa caligrafía.
Tecleé con rapidez, intentando no equivocarme. Tardé poco más de dos minutos en agregarla, y ahí estaba, conectada. Abrí la conversación, y fui directamente a la videollamada.
~V[ii]cky♥ dice:
+Holaa! No tengo micro :S
Diego! ;) dice:
+No importa, yo tampoco. Pero acepta, las cams si funcionarán.
Conectando con ~V[ii]cky♥...
Allí estaba ella. Se había recogido el largo flequillo de delante con unas horquillas detrás de la cabeza, y los demás tirabuzones caían por sus hombros. Sonrió al verme, e hizo un leve gesto con la mano en señal de saludo, a lo que yo respondí con una sonrisa divertida.
~V[ii]cky♥ dice:
+Espera un segundo, mi prima me está llamando.
Diego! ;) dice:
+Vale, te espero :D
Cuando se levantó, quedé atónito a su atuendo. Llevaba un top rojo que dejaba al descubierto casi todo su vientre, y un culotte negro, ajustado. Me mordí el labio cuando me aseguré de que no estaba en la habitación. En pocos segundos, volvió a aparecer frente a la cámara. Se mordió el labio levemente, y tecleó, mirando el teclado. Bien, la podía mirar aún más tiempo.
~V[ii]cky♥ dice:
+¿Qué le has hecho a mi prima? Quiere asentar la cabeza y mandarte a tomar viento.
Observé cómo se reía al ver mi cara de sorpresa.
Diego! ;) dice:
+No hice ni dije nada, lo juro!
Levanté la mano en señal de juramiento, haciéndola sonreir de nuevo.
+Oye, te propongo un juego.
~V[ii]cky♥ dice:
+¿Un juego? Venga, vale.
Rodé los ojos, sonriendo pícaramente.
Diego! ;) dice:
+ Verdad o prenda. ¿Sabes cómo se juega?
Miré la pantalla, ella sonreía de medio lado, asintiendo. Me froté las manos.
+Esto será divertido.

jueves, 15 de julio de 2010

Capítulo ocho, el interrogatorio


Marta Ferrero.

Victoria entró en mi habitación intentando no sonreír.
-Puedes gritar, chillar, saltar y sonreír después de que me cuentes qué ha pasado, por qué estás tan feliz.
Ella rodó los ojos, sonriendo.
-Un chico me besó-confesó.
Abrí los ojos de par en par, sonriendo más ampliamente que ella. Ella pensaba que no, pero Vicki era una persona esencial en mi vida. Desde que sus padres murieron y vino a vivir a Santander con papá, mamá y yo, todo esto se llenó de alegría.
-¿Quién? ¿Cuándo ha sido? ¿Dónde?-pregunté casi gritando.
Ella emitió una risita nerviosa y siseó, llevándose el dedo índice a los labios.
-Ha sido esta tarde después de que me largase del café, en un chiringuito de la playa-me contestó.
-No has respondido a la pregunta más importante... ¿quién?-grité en un susurro.
Ella negó con la cabeza, frunciendo los labios en un intento de reprimir esa brillante y bonita sonrisa. Me señaló.
-¿Y Diego?-me preguntó sin parar de señalarme.
Bufé, y volví a agachar la cabeza para mirar la revista que había sobre la cama.
-Se marchó poco después que tú.-alcé la mirada, mirándola-¿Sabes? Creo que me voy a dar por vencida.
Su semblante se volvió serio, frío.
-¿Tú? ¿Darte por vencida?-sacudió la cabeza.
-Éste tío es un golfo, y yo voy a asentar la cabeza. No voy a dejarme llevar por el primero que pase-mis palabras sonaban como si aún intentase convencerme a mí misma.

miércoles, 14 de julio de 2010

Capítulo siete, impulsos.


Victoria Ferrero.
Cuando vi cómo Diego se precipitaba a besar a Marta, la rabia se apoderó de mí. Respiré profundamente para calmarme, apretando los puños y haciendo con mi pelo una barrera para evitar verlos. Pero... ¿qué me pasaba? Era un simple chico, un muchacho que me sacaba seis años y con el que no tenía la mínima posibilidad. Pero aún así, me seguía encantando. Me levanté bruscamente de la silla, sin mirarles, y empecé a andar hacia el paseo marítimo. Cuando llevaba ya un rato sentada en uno de los chiringuitos de playa abiertos, escuché los pasos de alguien. Parecía apurado, jadeaba. Noté cómo se apoyaba en la barra, y pedía una cerveza. Pero qué... su voz me sonaba. Me puse el pelo detrás de la oreja y lo miré. Allí estaba, inclinando la cabeza hacia arriba, resoplaba. Gruñí lo suficientemente alto para que pudiera oirme, aún seguía enfadada, celosa de su beso con Marta. Me miró al percibir el gruñido, y sonrió divertido al verme. Le sostuve la mirada, refunfuñada cual niña pequeña.
-Eh, prima política-dijo con sorna.
-Olvídame-respondí-¿has dejado a mi prima sola?-aparté la mirada de sus irresistibles ojos azules hasta el amarillo de la espumosa cerveza.
-Supongo-dicho esto, añadió una risita traviesa.
-¿Haces eso con todas las tías con las que te lías? ¿Las besas y te largas?
No contestaba, por lo que le miré. Clavaba los ojos en mí, sonreía.
-Pues sí, con la mayoría.
Bufé al escucharle. Me levanté del taburete y eché a andar hacia la carretera cuando me cogió del brazo, haciendome girar.
-¿Qué?-rugí.
-¿Qué te pasa?-me dijo. Su voz ahora era dulce, comprensiva.
-Que no quiero estar con un golfo rompecorazones. ¿Sabes? Es mejor estar sola que mal...-no pude terminar la frase, sus labios estaban pegados a los míos y presionaba con sus manos en mi cintura mi cuerpo contra el suyo. Cerré los ojos, embaucada por su aroma y sus labios, poniendo las manos en su nuca. Entreabrimos los labios, dejando que nuestras lenguas se encontraran y se entrelazaran. Sus manos recorrían mi espalda de una forma que me hacía estremecer mientras yo apretaba con suavidad los dedos en su nuca. Noté cómo sonreía contra mis labios y enseguida volvió a besarme con urgencia. Nos besábamos con pasión frente al mar, y el viento azotaba mi cabello con agresividad.



martes, 13 de julio de 2010

Capítulo seis, el plan B.


Diego Carreño.

La tarde se me estaba haciendo aburrida. Victoria no hacía nada, no reaccionaba. "¿Qué puedo hacer?" pensaba en silencio sin apartar la mirada de ella, que removiá con la pajita el café. De pronto, una idea brillante se me apareció entre mis cavilaciones.

¿Y si besaba a Marta? Quizá respondiera satisfactoriamente. Sonreí travieso mirando a Marta, que no paraba de comerme con los ojos.

Era hora de poner en funcionamiento mis encantos. Me deslicé despacio hacia ella, sonriendo.

-¿Diego?-me llamó.

-¿Sí?-contesté, casi en susurro, sin borrar esa sonrisa pícara de mi cara.

-Nada, sólo se me hace raro tan poca distancia-sonrió con timidez.

Hice caso omiso a su comentario, y pegué con agresividad nuestros labios. Al principio, sus dientes estaban apretados, tensos, hasta que me correspondió al beso con ganas. Abrí los ojos en mitad del beso, mirando de reojo a Victoria. Tenía los puños crispados sobre la mesa, y se tapaba el rostro con sus hermosos tirabuzones a modo de cortina. Escuché un seco gruñido proveniente de ella, sonreí levemente y enterré mis dedos en el pelo de Marta, sin dejar de besarla. Volví a cerrar los ojos y percibí el ruido de las patas de la silla arrastrarse violentamente por el suelo, seguido de unos pasos acelerados pero sin perder el compás. Victoria me maravillaba. Volví a observarla marchar de reojo, anhelando que se girase.
Estaba siendo cruel con ellas, pero si no lo hacía de esa manera, seguramente no tendría más opciones para conseguir a Vicky.

miércoles, 7 de julio de 2010

Capítulo cinco, celos.


Victoria Ferrero.

-Joder Marta, tranquila que me entrará flato-me quejé, siguiendo casi a trote a mi prima.
-Es tarde-me recordó, sin disminuir el paso.
Resoplé, andando a su lado. La miré, y luego me miré a mí. Su falda alta de topos celestes y su camisa básica blanca a conjunto con sus tacones de aguja, no tenían ni punto de comparación con mi atuendo: una camiseta de manga corta rosa, con un perro en blanco y negro estampado en el centro de ésta, unos pantalones cortos de tela vaquera, y unas Converses rosas.
Bah, qué más daría, si la que iba a tener una cita con Diego era ella, no yo. Gruñí por lo bajo, doblando la esquina cuando nos encontramos de frente con él. Su pelo estaba húmedo, brillante. Sus ojos claros relucieron al vernos, sonriendo con esa blanca y bonita hilera de blancos dientes deslumbrantes. Me fijé en su ropa, era de mi estilo. Llevaba una camiseta negra con letras imitando a un graffiti de color verde y rosa. Sus vaqueros eran caídos, sujetados por un cinturón negro. Sus zapatillas era como las mías, pero bajas.
-Qué guapas-dijo, sonriendo.
Me limité a bajar la vista, intimidada por esa potente mirada, que parecía leer mentes.
-Gracias-escuché decir a mi prima mientras le daba dos besos.
Alcé la vista, volviendo a encontrarme con su mirada, y se acercó un paso ahcia mí, para darme dos besos. Se los correspondí, y nos pusimos a caminar por el concurrido centro e la ciudad, sin rumbo.
Marta no paraba de juguetear con su pelo y reír con ganas para llamar la atención del chico. Yo... bueno, yo me limitaba a mirar el suelo, y de vez en cuando echar una mirada furtiva al chico, que siempre miraba cuando yo lo hacía.
Nos sentamos en una cafetería. Mi prima pidió un café solo, él un cortado con leche fría, y yo, un frapuccino.
-Y anoche, ¿por qué te fuiste tan temprano?-preguntó Diego.
Esperé en silencio y con la mirada perdida en la pajita de mi café la respuesta de mi prima. Ésta me dió un codazo en el costado.
-Vicki, te pregunta a tí.
Sacudí la cabeza, y los miré.
-¿Yo?-me señalé-Por que me dolía la cabeza.
Era mentira. Me largué porque no aguantaba ver cómo Marta le tiraba los tejos a él, sin remordimientos.

Capítulo cuatro, la segunda cita.


Diego Carreño.
El repiqueteo de las obras que había debajo de mi casa, me despertó. Levanté la cabeza de la almohada y, con la vista borrosa, miré el despertador. Las tres de la tarde. Salté de la cama de un salto, buscando entre el desastroso desorden el teléfono móvil. Suspiré aliviado al encontrarlo, viendo que había una llamada perdida de un número desconocido. Le dí al botón de llamada y me llevé el aparato a la oreja, escuchando los pitidos esperando impaciente que lo cogiesen.
-¿Diga?-una voz armoniosa y dulce me cogió el teléfono.
-Eh... ¿Marta?-pregunté, confuso.
-No, no. Soy Victoria-me corrigió. Se le notaba la diversión en la voz.-Pero ella también está, te la paso.
Se escuchó cómo el viento chocaba contra el auricular de su teléfono, y alguien se lo colocaba en la oreja.
-¿Sí?-dijeron al otro lado.
-Marta, soy Diego-escuché la risita nerviosa de la muchacha, bufé.-¿Tenéis planes para esta tarde?
-Hm... no, la verdad. ¿Por qué?
-Por si querríais ir un rato a dar una vuelta por el centro-dije lo primero que se me ocurrió, lo único que quería era ver a Victoria otra vez, contemplarla como si de una diosa se tratase, enamorarme por segunda vez de su sonrisa.
-Vale, está bien. A las... ¿siete en la avenida principal?-propuso.
-Claro, allí estaré.
Y colgué. Resoplé, rascándome la nuca. Caminé en ropa interior por el suelo de madera de la enorme casa que papá me dejó antes de morir. Me asomé al balcón, y la brisa marina me golpeó en el rostro. Respiré profundamente, impregnando mi sentido del olfato con el aroma del mar. Sonreí, y entré a la cocina para desayu... comer.

domingo, 4 de julio de 2010

Capítulo tres, valentía.


Marta Ferrero.

Miré de reojo a Vicky, que nos miraba confusa. Luego, desvié la mirada hacia el muchacho.
-¿Estás solo?-le pregunté, mordiéndome el labio.
Se limitó a asentir, mirando a mi prima con una sonrisa de medio lado en sus labios.
-Eh-le llamé la atención, poniéndome delante de mi prima. Por fin me miraba. Sonreí con suficiencia.-¿Bailamos?
Mi propuesta no le gustó demasiado, ya que alzó las cejas.
-Marta, Diana y yo nos vamos, ¿vale?-mi prima me hablaba al oído.
Yo la miré, sonriendo y asentí. Diego miraba cómo ambas se marchaban, siguiéndolas con la vista.
En apenas una hora, todas mis amigas se habían ido, y sin darnos cuenta, ambos bailábamos juntos. Sonreí al percartarme, y seguí bailando con él. Pasó un gran rato, apenas hablábamos. "Éste cae" pensé, sin darme por vencida. Miré el reloj, eran las 04.30 a.m. Decidí irme, pero antes tenía que conseguir algo para localizarle cuando quisiese.
-Me tengo que ir-le anuncié.
-Vaya-dijo, chasqueando la lengua. Se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta, sacando un bolígrafo. Tendió la mano hacia mí. -¿Me permites?-sonrió.
Le tendí la mano, y me escribió su número de teléfono en el dorso de ésta.
-Llamadme mañana-me pidió.
Asentí, sonriendo. Salí del local, respirando el cálido aire de la madrugada de Julio. Reflexioné. Un segundo, ha dicho llamadme, en plural. Caminé hacia casa con los tacones en la mano, pensativa a la vez que deseosa de lanzarme a la cama y dormir del tirón hasta el mediodía el día siguiente.