sábado, 3 de julio de 2010

Capítulo dos, presentaciones.


Victoria Ferrero.
Todo iba sobre ruedas. Me había integrado por completo en el grupo de amigas de mi prima Marta, por lo tanto, iba a poder hacer lo que me diese la gana, estaba con chicas ¡mayores de edad! Por fin entraba a la discoteca de moda en Santander. Perfecto, mi canción preferida. Sonreí y comencé a bailar con Amalia, la amiga de mi prima, de forma sensual a la vez que reíamos divertidas. Le estaba dando un trago a la bebida, ron con Coca-Cola, cuando alguien chocó conmigo por detrás, haciendome derramar el líquido al suelo. Me giré, parando de bailar.

-¡Eh, cuidado!-grité, para que se me oyese por encima de la música.-Podrías ser un poco más...-me quedé embelesada por sus ojos azules. Su tez era clara. Su pelo, oscuro, casi negro, y largo, aunque peinado ligeramente hacia arriba. Sus labios se curvaron hasta formar una bonita sonrisa. Llevaba un jersey de hilo gris bajo una chaqueta celeste de lino, desabrochada. Sus pantalones eran iguales que su chaqueta, y unos zapatos negros y elegantes pisaban el suelo, lleno de colillas y hielos.
-Lo siento, mujer. No ha sido para tanto-se excusó, sonriendo de lado, pícaramente.-No llegué a mancharte, ¿verdad?
Me examinó el cuerpo como si de una radiografía se tratase.
Negué, sin apartar la vista de sus grandes y bonitos ojos claros.
-Pero podrías haberlo hecho-me defendí.
Él puso los ojos en blanco, riendo.
-No lo hice, ¿no? Pues ya está.-me tendió la mano-Soy Diego.
Extendí mi mano con timidez hasta coger la suya, sorprendiéndome al ver que en vez de estrecharla levemente, la cogía con delicadeza y se la acercaba a los labios, dándole un suave beso.
-Yo me llamo Victoria-aparté la mano con rapidez, temiendo que mi cara estuviese roja.-Y ellas son... Marta, Amelia, Sandra y Diana.
Ellas se limitaron a saludarle con un gesto de cabeza, excepto mi prima, que se acercó, dándole dos besos en las mejillas.
-Soy su prima Marta-le dijo al oído.
Sacudí la cabeza. No era egoísmo, eran celos. Aquel chico tan guapo debía ser mi "presa" -como ellas llamaban a los chicos-, y no la suya.

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