miércoles, 7 de julio de 2010

Capítulo cuatro, la segunda cita.


Diego Carreño.
El repiqueteo de las obras que había debajo de mi casa, me despertó. Levanté la cabeza de la almohada y, con la vista borrosa, miré el despertador. Las tres de la tarde. Salté de la cama de un salto, buscando entre el desastroso desorden el teléfono móvil. Suspiré aliviado al encontrarlo, viendo que había una llamada perdida de un número desconocido. Le dí al botón de llamada y me llevé el aparato a la oreja, escuchando los pitidos esperando impaciente que lo cogiesen.
-¿Diga?-una voz armoniosa y dulce me cogió el teléfono.
-Eh... ¿Marta?-pregunté, confuso.
-No, no. Soy Victoria-me corrigió. Se le notaba la diversión en la voz.-Pero ella también está, te la paso.
Se escuchó cómo el viento chocaba contra el auricular de su teléfono, y alguien se lo colocaba en la oreja.
-¿Sí?-dijeron al otro lado.
-Marta, soy Diego-escuché la risita nerviosa de la muchacha, bufé.-¿Tenéis planes para esta tarde?
-Hm... no, la verdad. ¿Por qué?
-Por si querríais ir un rato a dar una vuelta por el centro-dije lo primero que se me ocurrió, lo único que quería era ver a Victoria otra vez, contemplarla como si de una diosa se tratase, enamorarme por segunda vez de su sonrisa.
-Vale, está bien. A las... ¿siete en la avenida principal?-propuso.
-Claro, allí estaré.
Y colgué. Resoplé, rascándome la nuca. Caminé en ropa interior por el suelo de madera de la enorme casa que papá me dejó antes de morir. Me asomé al balcón, y la brisa marina me golpeó en el rostro. Respiré profundamente, impregnando mi sentido del olfato con el aroma del mar. Sonreí, y entré a la cocina para desayu... comer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario